Por Lucía de Fuego
“El pueblo remando contra la corriente… y ella bailando sobre las ruinas.”
Cien días han pasado desde que Jennifer tomó las riendas de la gobernación, y más que una mandataria, parece una influencer de mal gusto patrocinada por la mafia institucional del PNP. En vez de planes estratégicos o medidas concretas para el pueblo, hemos tenido un desfile de fiestas, selfies con Trump, viajes innecesarios y una puesta en escena del más burdo populismo.
En su agenda no hay espacio para las mujeres pobres, para la salud, para la tierra. Pero sí hay espacio de sobra para su propio ego, sus privilegios, sus amigos con contratos, y su estilo de vida mejorado a costillas nuestras.
Desde lo físico hasta lo político, Jennifer exhibe una falta de control que alarma. Pero peor que sus escándalos es su convicción profunda de que Puerto Rico le pertenece. Para ella y los suyos, la isla es un botín de guerra. Un premio de consolación tras años de mediocridad institucional.
Ni hablar del lamentable episodio de las fotos íntimas—¿de verdad fue un ataque? ¿O una cortina de humo autoprovocada? Lo cierto es que, más que indignación, lo que nos quedó fue vergüenza ajena.
A los 100 días, el saldo es claro: Puerto Rico está más hundido, más dividido, más violentado. Solo su cuenta bancaria y su estilo de vida han mejorado. El resto de nosotrxs seguimos remando contra la corriente, mientras la gobernadora baila sobre las ruinas.
Y sí, Jennifer. Puedes llamarte “estadista”, pero el pueblo te ve por lo que eres: una mentirosa más, disfrazada de promesa. No es solo que seas una porquería de gobernante. Es que, por dentro y por fuera, lo tuyo no tiene reversa.
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