Desde el balcón de LucÃa
En mi casa todo se sentÃa raro. HabÃa comida en la mesa, juguetes, hasta fiestas de cumpleaños… pero nada me cuadraba. HabÃa algo roto, pero todos fingÃamos que no.
Papi era violento y controlador. Con una palabra te silenciaba, con un gesto te paralizaba. Mami era la eterna vÃctima, pero también sabÃa manipular. Jugaba al centro de todo, invisible cuando más se necesitaba.
Mi hermana mayor me maltrataba con celos. Me hablaba con desprecio, me empujaba a la sombra. Y Pepo… mi hermano era el varón. El intocable. Todos los privilegios, ninguna responsabilidad.
A mà me tocaba lo otro: limpiar, cocinar, sonreÃr. Ser buena en todo. No tenÃa margen de error.
DecÃan que me amaban. Con palabras bonitas, cartas, besos en la frente. Pero el cuerpo sabe lo que el alma calla: el amor no deberÃa doler tanto.
Porque sÃ, el amor era verbal. Pero la violencia era real. Y esa contradicción… te rompe por dentro.
Cuando tus figuras centrales—los que te deberÃan dar estructura—están en disonancia cognitiva, cuando dicen una cosa pero hacen otra, vivir se vuelve un laberinto. Un estruendo emocional constante. Una especie de… estrogol. Un choque interno que no tiene nombre, pero lo llevas en el cuerpo. Y aprendes a funcionar asÃ: rota, callada, eficiente.
Yo era la niña que lo hacÃa todo bien, porque si me equivocaba… ¿quién me iba a salvar?
Anoche, bajo la luna llena y el canto del mar, solté a la niña que tuvo que ser perfecta para sobrevivir. Le di permiso de ser libre, imperfecta, y profundamente amada. La abracé. Y le prometà que nunca más tendrÃa que salvarse sola.
“I want to be present in this story because I am part of it, and it belongs to me.” — Lorel Cubano
Porque ahora me tiene a mÃ. Y yo no la voy a soltar.
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