Columna XV: El amor confunde cuando duele

Desde el balcón de Lucía

En mi casa todo se sentía raro. Había comida en la mesa, juguetes, hasta fiestas de cumpleaños… pero nada me cuadraba. Había algo roto, pero todos fingíamos que no.

Papi era violento y controlador. Con una palabra te silenciaba, con un gesto te paralizaba. Mami era la eterna víctima, pero también sabía manipular. Jugaba al centro de todo, invisible cuando más se necesitaba.

Mi hermana mayor me maltrataba con celos. Me hablaba con desprecio, me empujaba a la sombra. Y Pepo… mi hermano era el varón. El intocable. Todos los privilegios, ninguna responsabilidad.

A mí me tocaba lo otro: limpiar, cocinar, sonreír. Ser buena en todo. No tenía margen de error.

Decían que me amaban. Con palabras bonitas, cartas, besos en la frente. Pero el cuerpo sabe lo que el alma calla: el amor no debería doler tanto.

Porque sí, el amor era verbal. Pero la violencia era real. Y esa contradicción… te rompe por dentro.

Cuando tus figuras centrales—los que te deberían dar estructura—están en disonancia cognitiva, cuando dicen una cosa pero hacen otra, vivir se vuelve un laberinto. Un estruendo emocional constante. Una especie de… estrogol. Un choque interno que no tiene nombre, pero lo llevas en el cuerpo. Y aprendes a funcionar así: rota, callada, eficiente.

Yo era la niña que lo hacía todo bien, porque si me equivocaba… ¿quién me iba a salvar?

Anoche, bajo la luna llena y el canto del mar, solté a la niña que tuvo que ser perfecta para sobrevivir. Le di permiso de ser libre, imperfecta, y profundamente amada. La abracé. Y le prometí que nunca más tendría que salvarse sola.

“I want to be present in this story because I am part of it, and it belongs to me.” — Lorel Cubano

Porque ahora me tiene a mí. Y yo no la voy a soltar.

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