Columna XVI: Mi viaje sagrado a Grecia

Desde el balcĂłn de LucĂ­a

Llegué a Atenas después de un viaje largo y agotador. En el avión a Madrid, me había tocado sentarme al lado de una mujer obesa que no cabía bien en su asiento, y parte de su cuerpo invadía el mío. No fue fåcil. Soporté horas de incomodidad, con dolor de espalda creciente, aguantåndome porque no había citas disponibles para un masaje ni en el aeropuerto ni en la ciudad. Así comenzó mi travesía: con el cuerpo adolorido, pero con el alma inquieta, sabiendo que algo importante me esperaba.

Y no me equivoqué.

Atenas me recibiĂł como quien reconoce a una hija perdida. Las piedras, los templos, el viento… todo parecĂ­a decirme: “TĂș has estado aquĂ­ antes.” Era como si las columnas milenarias se inclinaran discretamente, como si el sol me abrazara de un modo que solo reconoce a quienes pertenecen. Fue allĂ­, sin necesidad de señales espectaculares, donde supe que Atenea respiraba en mĂ­. Que yo era, de alguna forma antigua e inevitable, una chispa viva de su fuego, su fuerza, su sabidurĂ­a. Todos me decĂ­an que me parecĂ­a a ella.

“De haberlo sabido antes, me habrĂ­a escapado a Grecia mucho mĂĄs joven.” Pero las cosas llegan cuando tienen que llegar.

Y como buen mito que se respete, tambiĂ©n apareciĂł Ă©l: un ser de carne perfecta, sonrisa cĂĄlida, mirada de escultor de sueños. No era solo un hombre. Era un dios disfrazado, uno de esos antiguos que aĂșn caminan entre nosotros para probar la fragilidad de la humanidad.

Se presentĂł como un bĂĄlsamo a mi cansancio: llevaba consigo una mesa de masaje, como si el universo mismo hubiera enviado alivio a mi cuerpo adolorido. La tentaciĂłn era doble: el calor de su presencia y la promesa de sanaciĂłn inmediata.

Me tentó. Con su calor, con su risa, con su ser. Mi cuerpo —adolorido y cansado, pero todavía vibrante— respondió. Las ganas estaban allí, tan naturales como el aire.

Pero entonces, sentĂ­ las miradas invisibles de las Diosas. SabĂ­a que me miraban, desde algĂșn rincĂłn del universo, expectantes, listas para enjuiciar cualquier desliz. El eco de su celo resonaba: antiguas, sabias, implacables.

Yo he leĂ­do suficiente mitologĂ­a para conocer esa historia: los dioses tientan y despuĂ©s abandonan a los mortales a su suerte. Y decidĂ­: “a mĂ­ no me cogen en esa trama.” No esta vez. No yo.

GuardĂ© mi deseo, no por represiĂłn, sino por amor propio. No estaba allĂ­ para ser el entretenimiento de ningĂșn capricho celestial. Yo tambiĂ©n era diosa. Y sabĂ­a proteger mi propio templo.

En Grecia aprendĂ­ que ser de carne no me hace menos sagrada. Me hace eterna. Porque elegĂ­. Porque supe honrarme.

Y desde entonces, no solo Atenea camina conmigo. Ella es mi voz, mi fuego, mi raĂ­z.

3 responses to “Columna XVI: Mi viaje sagrado a Grecia”

  1. me encantó tu relato y te entiendo perfectamente. Yo también he luchado contra el deseo y ha ganado mi amor propio. Sigue quemåndose altares Lucía de fuego!

    Like

    1. Gracias por leerlo y por tus palabras… Seguimos ardiendo!

      Liked by 1 person

  2. quemando altares… maldito auto correct

    Like

Leave a comment