Columna XVII: Lo que dicen de mí, dice más de ellxs

Desde el primer día en que llegué a este barrio con la intención sincera de construir, sanar y sembrar comunidad, hubo quienes proyectaron en mí sus propios miedos y vacíos. Sin conocer mi historia, sin una conversación, sin una mirada humana, me colocaron un sello. Me gritaron una palabra cargada de odio que no les pertenece, porque ni siquiera la entienden: “Gentrificadora”.

La ironía es que esas voces venían de personas que llegaron antes que yo, con privilegios, con títulos, con recursos. Que usaron su acceso para montar obras con las vecinas y luego se apagaron entre sustancias, relaciones tóxicas y contradicciones. Personas que critican la turistificación mientras limpian y operan Airbnbs. Que toman fotos del trabajo que hacen para otros y las presentan como arte de denuncia. ¿Dónde está la coherencia?

Otras se acercaron, no para construir, sino para-absorber. Vinieron solo a lo que les convenía, aceptaron ayuda, espacio, comida, materiales, educación… y cuando se les pidió participar, dialogar o comprometerse con el proceso colectivo, se ausentaron. Pero no dudaron en sumarse a comentarios malintencionados desde la distancia. Sin memoria. Sin gratitud. Sin coraje para hablar de frente.

También hubo quien se presentó como amiga. Compartió talleres, ritmos y espacios conmigo. Pero trajo consigo la agenda de otro lugar, y en vez de crear puentes entre comunidades, quiso adueñarse de la mía. Llamar comunidad a lo que antes rechazaba como espacio indigno para los suyos. Habló de inclusión, pero sembró división. Y cuando hubo que aclarar, prefirió esconderse detrás de una carta colectiva llena de suposiciones, sin una conversación honesta.

La verdad es simple: yo no llegué a desplazar. Llegué a resistir. A quedarme. A vivir en dignidad junto a quienes han sido olvidadxs, sin querer convertirme en dueña de nada, sino cómplice de todo lo que nace del amor y del esfuerzo comunitario.

Lo mío no fue una entrada por la puerta grande. Fue llegar con las manos vacías pero el corazón lleno. Fue abrir espacio donde no lo había. Y seguir, aún cuando duele, aún cuando te traicionan, aún cuando te juzgan.

Porque al final, lo que dicen de mí, dice más de ellxs.

Desde el balcón de Lucía
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