Columna XIX Gaza no es metáfora

Desde el balcón de Lucía

Me enteré en 2007.
Una imagen me atravesó el alma:
un niño lanzando piedras a un tanque,
una madre gritando entre escombros,
una bandera rota, una tierra cercada.
Palestina.

No volví a comer igual.
Se me cerró el estómago y se me abrió la rabia.
Me volví guerrera del teclado,
troll feroz contra los sionistas bien hablados,
contra la complicidad de un mundo que lo sabe todo y no hace nada.

Me pasé noches enteras quemando la vista frente a una pantalla,
viendo morir gente en tiempo real
mientras otros subían fotos de brunch.

La injusticia no se debate.
Se detiene.
Se grita.
Se nombra.

Y yo la nombré a los cuatro vientos:
¡Genocidio!
¡Apartheid!
¡Colonia militarizada!
¡Niños masacrados con impuestos americanos!

Pero no bastaba.
Porque el fascismo no necesitó tanques para regresar.
Le bastó nuestra apatía.
Nuestro scrolling eterno.
Nuestra cobardía cristiana disfrazada de “neutralidad”.

A mí no me vengan con Hamas.
Que yo sé leer.
Yo vi hospitales bombardeados, periodistas asesinados, bebés sacados en bolsas negras.
Yo vi el mundo mirar para el lado mientras Israel cruzaba todos los límites de la dignidad.

Gaza no es metáfora.
Es carne. Es hueso. Es infancia pulverizada.
Y si no lloras, te fallaste como ser humano.

Hoy me siento inútil.
Pero me tienta Egipto.
El 15 de junio hay una marcha mundial.
Y yo…
yo quiero estar allí.
Quiero que mis pasos cuenten.
Quiero que mi rabia sea útil.
Quiero que mi silencio no sea cómplice.

Si me ves gritar, no es odio.
Es amor en llamas.

Porque mientras Palestina arda,
yo no podré dormir en paz.

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