Columna XXIX – Desde el balcón de Lucía

El Grito que no cesa

El 23 de septiembre de 1868, en un pequeño pueblo del interior montañoso de Puerto Rico, cientos de hombres y mujeres se levantaron contra el poder colonial español. Aquella jornada —el Grito de Lares— no fue una anécdota romántica, sino un acto de dignidad que inauguró un camino de resistencia. Entre fusiles improvisados y banderas cosidas en secreto, hubo mujeres que bordaron símbolos y sostuvieron con su trabajo invisible la esperanza de libertad.

Hoy, 157 años después, seguimos gritando. No con armas, sino con la voz encendida contra nuevas formas de saqueo. El colonialismo ya no viste uniforme, viste corbata, se llama “turismo de lujo”, “inversión extranjera”, “desarrollo inmobiliario”. Bajo esas etiquetas, se desplaza a comunidades, se privatizan playas, se arrasan ecosistemas.

El ejemplo más reciente: el proyecto Escencia en Cabo Rojo, un resort que amenaza con devorar un ecosistema costero frágil. Sus promotores lo venden como “progreso” y “creación de empleos”. Pero a pocos kilómetros yace el complejo vacacional de Boquerón, abandonado, ruina de un modelo económico que no beneficia a las comunidades locales. ¿Cuántas veces más aceptaremos la mentira de que el turismo depredador nos salva, cuando lo único que deja son cicatrices?

El saqueo no se limita a las costas. También ocurre en la esfera fiscal. Con las leyes 22 y 60, el gobierno convirtió a Puerto Rico en paraíso de inversionistas extranjeros, entregando beneficios que no se traducen en desarrollo real para el pueblo. La riqueza generada aquí fluye hacia afuera, mientras la pobreza, la migración forzada y la precariedad se enquistan. El Grito de Lares nos obliga a preguntarnos: ¿quién se queda con la patria cuando se vende por pedazos?

Hoy gritamos, no por nostalgia, sino por necesidad. Gritamos para honrar a Mariana Bracetti y a tantas mujeres ilustres sin nombre que sostuvieron la resistencia en silencio. Gritamos para recordar que la patria no es bandera en un mástil, es derecho a vivir con dignidad en la tierra que nos pertenece.

El Grito de Lares no terminó en 1868. Resuena en cada protesta contra la privatización de playas, en cada denuncia contra la gentrificación, en cada mano que siembra y defiende su comunidad. Gritamos porque no nos resignamos. Porque en la memoria está la fuerza para impedir que nos arrebaten el futuro.


Desde el balcón de Lucía

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