Columna XVIII Ética, pero no para todos…

Desde el balcon de Lucia…

Tenía 25 años. Estudiaba en un instituto de belleza que mi hermana mayor me pagaba con sacrificio, porque me veía luchar sin ayuda. No tenía carro. Caminaba desde la loma en Camuy hasta el pueblo de Hatillo. Después de clases, iba a trabajar al Gatsby. A veces alguien me daba pon. A veces caminaba de vuelta. A oscuras. Cansada. Pero nunca rendida.

Me enteré del programa de internado legislativo por mami, que escuchó algo en la radio o la televisión. Me lancé sin esperar nada. Fui con mi compa, con pantallitas hechas a mano y toda mi esperanza enrollada en una libreta. La sala estaba llena de estudiantes de las mejores universidades. La mayoría con alguna conexión: “hijo de”, “sobrina de”, “yo trabajé en la campaña de…”.

Yo no tenía pala. Tenía piernas cansadas, muchas ganas, y una lengua sincera.

Nos llamaban de tres en tres a una entrevista tipo vista pública frente a todos. Era el 2006. En pleno tranque político. Me tocó al final. Justo cuando dijeron mi nombre, se me cayeron los beads al piso. Los recogí, respiré hondo, y me sente.

Todos los que me entrevistaron eran del PNP.

Dije mi nombre: “Soy Lorel Cubano”.
Y dije mi verdad:

“No he trabajado en ninguna campaña política ni tengo intención de hacerlo. No conozco a ningún alcalde ni senador, pero sé que tengo mucho que aportar a la rama legislativa.”

Se escuchó un ¡pum! sobre la mesa. Un legislador pidió la palabra:
—“¿Qué piensas de nosotros los legisladores?”

Pausé. Me conozco.
—“¿Puede hacerme otra pregunta?”, le pedí.
Se rieron. Murmullos: “no la van a aceptar”, “qué atrevida”…

Pero insistió.
Así que respondí:

—“Yo creo que todos y cada uno de los legisladores se están robando el dinero del pueblo.”

Y lo dije con razones. Les hablé del cinismo, del tranque, de la hipocresía política. De cómo se señalaban entre ustedes, en vez de mirarse al espejo.

Pensé que ya había terminado. Pero otra legisladora —visiblemente incómoda— me lanzó otra pregunta:
—“¿Algo más que quieras añadir?”

—“Sí”, dije.
“Esta joven, sin recursos ni padrinos políticos, vino desde bien lejos y se atrevió a decirles la verdad, mirándolos a los ojos. Yo siento que cumplí mi misión. Si no me aceptan, ya les dije lo que tenía que decir.”

Y me aceptaron. Una de las primeras, creo.

Me asignaron, irónicamente, a la Comisión de Ética del Senado. Trabajé con un senador del PNP a quien terminé queriendo y respetando mucho. Aprendí mucho con él. Pero también vi de cerca lo que se esconde en los pasillos del poder.

Vi empleados comprando en horario laboral. Vi oficinas que eran quincalleras disfrazadas de servicio público. Vi a legisladores gritándose frente a las cámaras y luego almorzando juntos como si nada.

Salí de ese internado con un 99.5% de evaluación.
¿La razón del 0.5 que me quitaron?
“Boquitonta.”

Boquitonta por decir lo que no se debía.
Por señalar lo que dolía.
Por no encajar en donde no quería pertenecer.

Esa experiencia me marcó. Me alejó de la política formal. Me desilusionó.

Pero hoy lo digo:
no quiero seguir siendo gobernada por mis inferiores morales.
Y no quiero tener que fingir para pertenecer.

Sigo en dilema.
Entre el asco al sistema y el deber de no quedarme callada.

One response to “Columna XVIII Ética, pero no para todos…”

  1. dialogandoportal Avatar
    dialogandoportal

    Muy bbuena columna. Muy triste la realidad que señalas. Peor aún, ya han pasado casi 20 años y allí siguen los mismos que mencionas. Tal vez tendrán otros nombres, pero la misma personalidad. Una se pregunta – sin hallar respuesta sensata- ¿cómo el país los vuelve a elegir? ¿Cómo se creen sus promesas, las que jamás cumplen?

    Gracias por leerla y por tu comentario tan certero. Lo más triste es que ni siquiera cambiaron los nombres: los mismos de siempre siguen allí, turnándose el poder como si el país fuera su finca personal. Nos prometen lo mismo, fallan igual, y aún así regresan con cinismo a pedirnos el voto.

    A veces me pregunto si es olvido, costumbre, o desesperanza… pero como bien dices, no hay respuesta sensata. Lo único que tengo claro es que la memoria digna y la palabra con verdad también son formas de resistencia. Seguimos escribiendo para no acostumbrarnos.

    Gracias por ser parte de esta conversación incómoda pero necesaria.

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